Ante la cruz te veo Señor,
quieto, inerte.
Tus pies clavados
ya no recorren los caminos,
no entran en la casas de
publicanos, prostitutas
y enfermos.
Esas manos descarnadas
que anteayer repartían el pan y el vino
ahora sostienen tu cuerpo muerto.
Esos ojos cerrados ya no reflejan
ese amor de Dios en sus pupilas.
Esa voz que abría los corazones esta muda.
Las llagas que rodean tu cuerpo son
fruto de nuestras faltas y culpas.
Tu muerte es un sacrificio de vida y salvación para nosotros.
Miguel Santiago
Miguel Santiago
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