Curiosamente, en los primeros tiempos del reconocimiento del cristianismo como religión oficial, principalmente a partir del siglo VI, se dio la extraña circunstancia de que las pinturas que reproducían la Natividad eran muy naturales, hasta el punto de representar, como dice el escritor Pepe Rodríguez, a María como una mujer dolorida
por el esfuerzo de haber parido y que, por ello, se recuesta en una litera (al estilo romano) y está rodeada por dos parteras, que en un texto apócrifo se identifican con los nombres de María Salomé y Zaloni y que lavan con cuidado y mimo al Niño en un barreño o pequeña bañera. A partir de principios del siglo XIV desaparecen por completo estas escenas y la Virgen se presenta generalmente de rodillas o en actitud de adorar a su Niño-Dios.
San Francisco de Asis: "El Padre de los Belenes"
en la basílica de Asís, en el que se ve al santo y el Papa en actitud de total cordialidad. Estas buenas relaciones hicieron que este último diera permiso al de Asís para celebrar la ceremonia. Francisco escogió una cueva, que según algunas tradiciones era posesión de un rico comerciante de nombre Giovanni.
Hizo instalar en su interior un altar y un pesebre con paja, y colocó en su interior la imagen en piedra del Niño Jesús y, junto a él, un asno y un buey vivos. El hecho de poner estos dos animales tenía relación con un escrito de Isaías que dice “Conoce
el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo”. El santo decidió celebrar una multitudinaria misa aquella noche de Navidad y pidió que todo el que pudiera se acercara para rezar por el nacimiento del “rey de los pobres”. Se dice que llegaron miles de hombres, mujeres y niños con velas y teas encendidas. Cuenta la tradición que sucedió un milagro y que la figura de piedra que había en el pesebre cobró vida. Algunos aseguran que sucedió cuando San Francisco tomó la imagen en sus brazos. Aquel supuesto milagro corrió de boca en boca, y por toda Italia empezaron a hacerse belenes en las casas tanto de los humildes campesinos como de los ricos prohombres y comerciantes. Esta costumbre empezó en Umbría. Más tarde se extendió por toda la Península Itálica y por islas cercanas, pero muy especialmente se acomodó en Nápoles, donde se convirtió en todo un arte.
Llegada a España:
Curiosamente, en un país tradicionalmente tan católico como España no llegó realmente el nacimiento hasta el reinado de Carlos III (1716-1788), quien no olvidemos que era también rey de Nápoles. El monarca borbónico trajo a tierras españolas (o bien hizo construir expresamente) su célebre Belén del Príncipe,
un regalo que había ordenado hacer para su hijo, el futuro Carlos IV, y que estaba compuesto solamente por la Virgen, San José, el Niño, el buey y el asno. Pocos años más tarde la tradición pesebrística se había extendido por todo el reino y en ciudades como Barcelona se exponían nacimientos en templos y conventos durante la Navidad. Con la llegada del siglo XIX los nacimientos se hicieron habituales en los hogares españoles y aquella imagen simbólica que quiso recrear el santo franciscano en el interior de una cueva pasó a formar parte de las festividades navideñas de cualquier familia española.
un regalo que había ordenado hacer para su hijo, el futuro Carlos IV, y que estaba compuesto solamente por la Virgen, San José, el Niño, el buey y el asno. Pocos años más tarde la tradición pesebrística se había extendido por todo el reino y en ciudades como Barcelona se exponían nacimientos en templos y conventos durante la Navidad. Con la llegada del siglo XIX los nacimientos se hicieron habituales en los hogares españoles y aquella imagen simbólica que quiso recrear el santo franciscano en el interior de una cueva pasó a formar parte de las festividades navideñas de cualquier familia española.
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